Sabía que su fin podía haber estado muy cerca, que si su suerte hubiera desviado un poco el camino, a estas alturas no estaría deambulando por aquel paraje, ofreciendo sus cinco sentidos para colmar su alma de una serenidad nueva, recién nacida. Ahora tenía el corazón lleno de paz y ansioso de vida. Mientras caminaba, sus dedos iban cogiendo flores con delicadeza, sin prisa. Sólo aquellas que por su color, frescura o aroma le atraían. Entonces se le ocurrió una idea: quiso que lo mejor que le había dado la vida quedara impregnado en aquel ramo de flores. Así, habría flores bañadas de ternura, llenas de besos y caricias, flores que acumularían todas las miradas que le habían llenado de calor, flores con los triunfos y sueños cumplidos, flores bañadas de risas y flores rebosantes de ilusiones.
Aquella noche cogió el ramo y cerrando los ojos aspiró su aroma llenándose de emoción. Saboreó cada instante que las flores le hacían revivir, deleitándose en esos segundos de felicidad inmensa. Desde entonces cada noche se regalaba una lección de vida que le incitaba a levantarse a la mañana siguiente deseando regar sus flores con más instantes hermosos que luego pudiera rememorar.
Septiembre 2014
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