domingo, 7 de agosto de 2016


 
Había corrido con desesperación desde el mismo momento en que la certeza de saberse olvidado hirió su corazón. Fue abrir los ojos a la evidencia y una luz cegadora invadió cada rincón de su cerebro helando su corazón malherido. Corría como si quisiera evitar que la realidad lo atrapara, sin saber que ya le ceñía con un abrazo que le iba oprimiendo más y más cortándole el aliento. No había nada que hacer. Todo había terminado. Pronto su huida fue haciéndose más lenta, hasta que, tras unos pasos ya pesados y torpes se dejó caer al suelo y rompió a llorar. Lloró y lloró hasta que su alma quedó vacía. Su cuerpo dejó escapar un suspiro que liberó la fuerza que le había acompañado hasta entonces dejándole exhausto y sumido en un profundo sueño.
 
Una lluvia fina fue devolviéndole a la vida con dulzura. Las pequeñas gotas le acariciaban como acarician los besos de una madre que despierta a su pequeño.
Lentamente abrió los ojos. Las ramas de un gran árbol se mecían suavemente, saludándolo, dándole la bienvenida a un nuevo día. La lluvia había recorrido su cuerpo arrastrando cada lamento y ahogando el desgarro de su aliento en el pequeño charco que rodeaba su cuerpo desmoronado, preparándolo para, olvidada la mentira y aprendida la realidad, reescribir su historia.

 

De Comunión